jueves, 20 de diciembre de 2012

Un viaje de ida


Según el Instituto Argentino de Análisis Fiscal la presión tributaria llegó a un récord histórico en Argentina, doblando casi la media Latinoamericana que ronda el 20%.

De acuerdo a lo consignado en el informe N° 193, el tamaño del Estado (a nivel nacional, provincial y municipal) creció aproximadamente un 60% entre 2002 y 2011, explicado mayormente por el aumento en las transferencias corrientes al sector privado seguidas por el gasto en personal y en seguridad social.

El problema es que estos aumentos no vinieron solos, la presión fiscal alcanzó un nivel sin precedentes del 35% del PBI en 2011 (un 54% más que el año 2000) y se estima que para el cierre de 2012 alcanzaría un 42%.

No es un buen indicio que el aumento sideral del Estado venga determinado por gastos corrientes e improductivos. El aporte que hace el contribuyente para sostener a esta gran corporación pública es cada vez mayor y a su vez se recibe cada vez menos a cambio. La calidad de los servicios públicos como la salud, la educación, la seguridad, el transporte, entre otros, es paupérrima y se deteriora progresivamente con el paso del tiempo ante la falta de inversiones.

La mayor presión tributaria no se corresponde con la necesidad de hacer una mayor inversión en infraestructura o mejorar los pobres servicios públicos del país, sino que va en línea con el objetivo de suficiencia, es decir, recaudar dinero para financiar las actividades (poco productivas) del gobierno.

Esta intervención progresiva asfixia al sector privado que tiene que destinar al estado una gran parte de sus ingresos, por ende, no es de extrañarse que tarde o temprano la marcha de la economía se termine deteniendo. La pregunta es: ¿Hasta qué punto el estado piensa avanzar sobre la economía real? Ya lo demostró Arthur Laffer con su archiconocida curva: los ingresos fiscales no siempre aumentan ante cada incremento en los impuestos, peor aún, corren el riesgo de disminuir una vez que se sobre pasa cierto nivel de presión impositiva. Una afirmación más que lógica, ya que nadie está dispuesto a brindar el total de los frutos de su esfuerzo al estado. En este punto no vale la pena engañarse, cada individuo sale a la calle a buscar su propia subsistencia y beneficio, no a mantener el estilo de vida de otros. Se puede afirmar sin lugar a dudas, que en ninguna parte del mundo la asfixia estatal surte los efectos deseados por el poder central, el problema es que se tiende a legalizar un sistema que persigue al que produce riqueza.

Volver del intervencionismo estatal desmesurado implicaría desinflar una corporación de tamaño mayúsculo que traería grandes costos sociales y políticos, pero profundizarlo es más peligroso aún, pues se dice, que es ahí donde comienzan las dictaduras.

viernes, 13 de julio de 2012

No molestar: país descansando


Como si los días festivos fueran pocos y las cargas laborales que sufren los empleadores fueran insuficientes, está a punto de convertirse en ley un proyecto que impide trabajar los fines de semana. Según lo expresa el artículo 207 del mismo, no está contemplada una prohibición expresa pero sí una fuerte imposición para los empleadores que decidan hacerlo:

“Artículo 207: Cuando el trabajador prestare servicios entre las TRECE (13) horas del día sábado y las VEINTICUATRO (24) horas del día domingo, medie o no autorización, sea por las circunstancias previstas en el artículo 203 o por estar comprendido en las excepciones que con carácter permanente o transitorio se dicten, el empleador estará obligado a abonar el salario habitual con el CIEN POR CIENTO (100%) de recargo, sin perjuicio de su obligación de otorgar franco compensatorio.”

No hay mucho que discutir. Esto no es más que otra de las tantas políticas populistas y retrógradas a las que ya estamos acostumbrados desde hace varios años. ¿Quién se beneficia de esta medida? Nadie, puesto que el empresario se ve amenazado por un aumento exponencial de sus costos que no necesariamente le generarán un incremento de sus ingresos, por ende, la consecuencia lógica de esta movida sería una reducción de las horas trabajadas, una suspensión temporal  de empleados, el cierre de la actividad durante los fines de semana o yendo a un escenario más drástico, el cierre definitivo del negocio o el despido de personal. Considerando entonces que semejante ley detiene la actividad económica en el país, surge la pregunta obligada ¿En qué se beneficia el estado? Absolutamente en nada ¿o es tan difícil de ver que todo esto trae aparejado una menor generación de ingreso y por ende una menor recaudación?  Si pensaron poner contento al trabajador o hacer justicia social castigando a los empresarios "opresores", tal vez habría que reflexionar un poco ya que es difícil pensar que alguien se pondrá feliz si perjudican su fuente de ingresos.

Para atrás siempre

Una de las grandes deficiencias que tiene el mercado laboral argentino es la dualidad existente entre los que están dentro y los que están fuera del mismo. Los que se encuentran con un empleo formal y en blanco, por lo general cuentan con sueldos aceptables y con un lugar "fijo" debido a los altos costos de borrarlo de la planilla de empleados. No es el caso de los que se mueven en forma permanente entre el desempleo y la informalidad, cuyos sueldos son bajos al igual que el costo de despedirlo. Por esta razón, no es de extrañarse que a un empresario le sea difícil echar a un empleado formal y en blanco que duerma la siesta todos los días en su oficina y que a su vez, sea un riesgo muy grande contratar a un profesional mejor capacitado para ocupar el puesto.

Una conceptualización muy interesante sobre el mercado laboral es la que exponen Felipe Larraín y Jeffrey Sachs en su libro “Macroeconomía en la economía global”. Se trata de una visión que resalta el dinamismo de dicho mercado, por lo que no se debe pensar en el desempleo como una cantidad estática de personas sin empleo, sino como una masa de individuos que se mueven entre el empleo y el desempleo en puestos que se crean y desaparecen constantemente. Una clara ejemplificación es la analogía que se hace entre la tasa de desempleo y el nivel de agua de una bañera con el desagüe abierto: un flujo de agua entra en la bañera (los recién desempleados), mientras que otro flujo sale por el desagüe (los que encuentran un trabajo y salen del desempleo). El nivel de agua (tasa de desempleo) dependerá tanto de la velocidad a la cual entra el agua desde el grifo (ritmo de los despidos) como de la velocidad a la cual se vaya (contrataciones)[1]. Lo ideal es que el mercado laboral, tenga la mayor movilidad posible a fin de que los se encuentren sin trabajo no sean desempleados crónicos y los que lo pierden no pasen mucho tiempo sin encontrar uno nuevo. Por lo tanto, las medidas que sólo imponen costos o restricciones hacen que el empresariado se vuelve reacio a contratar nuevos empleados, por lo que la generación de empleos se torna más lenta y dificultosa.
Una vez más, pavimentando el camino al fracaso y a la profundización de los problemas nunca resueltos. La insensatez a la orden del día.






[1] SACHS, Jeffrey y Felipe LARRAIN. Macroeconomía en la Economía global. 2º Edición. Pearson Prentice Hall. 2002

viernes, 15 de junio de 2012

Es la crisis! estúpido!

Mucho se ha hablado y mucho se va a seguir hablando sobre la interminable novela del dólar en la Argentina. Que comprar dólares se trata de una simple cultura, que es un deporte nacional, que es mera especulación por parte de algunos, etc. Nadie pone en duda la arraigada costumbre del argentino medio de ahorrar en dólares, el problema es que nadie habla del  "por qué" de esta supuesta tradición.

No es poco común que en épocas inflacionarias o de turbulencias económicas los ahorristas de cualquier parte del mundo busquen refugios de valor para estacionar y proteger sus ahorros. Un claro ejemplo es lo que ha sucedido con el oro en el mundo: hacia el año 2000 el metal precioso cotizaba alrededor de los 320 dólares la onza, hoy en día y en plena crisis mundial, dicha cotización se encuentra alrededor de los 1560 dólares...nada mal para aquel que compró hace una década atrás y lo mantuvo atesorado bajo el colchón de su cama. Es lógico que todo aquel que asuma el sacrificio de trabajar diariamente, quiera proteger lo que logró ahorrar con el sudor de su frente. Por lo tanto, cuando surgen las dudas sobre el estado general de la economía, el rally por buscar un refugio que mantenga el valor de los ahorros amenaza con desatarse. Es en esta parte, donde entra en juego algo que poco tiene que ver con lo técnico y económico, esto es la confianza en el poder gobernante y las instituciones acerca de su capacidad para manejar una crisis. 

¿Qué pasa hoy en Argentina? La población ha empezado a percibir un eventual desbocamiento de la inflación y muy malas expectativas en la actividad económica. ¿Qué pasaría si la gente confiara en la capacidad del gobierno para evitar o suavizar con éxito una eventual crisis? sencillamente, todos se quedarían tranquilos y no asumirían mecanismos defensivos que tiendan a agravar aún más el problema. Lamentablemente, no es lo que se observa en la calle. La desesperación por comprar dólares para defender los ahorros personales y la demostrada incapacidad del gobierno (y el Banco Central) para detener esta fuga de capitales, está complicando las cosas cada vez más. La devaluación se acelera, la inflación amenaza con dispararse, los temores se acrecientan y la gente empieza a sentir que sus ahorros no están seguros en el sistema financiero. En este punto comienza a vislumbrarse uno de los peores problemas que puede sufrir una economía: una posible corrida bancaria. 

La corrida bancaria tiene lugar cuando existe una concurrencia masiva de ahorristas a los bancos, a fin de retirar los fondos que en ellos se han depositado. Básicamente, la función de los bancos es intermediar entre el ahorro y la inversión, es decir, captar el dinero que depositan los ahorradores en el sistema bancario y prestarlo a quienes lo necesiten para financiar sus proyectos. Por esta razón y ante una corrida para retirar los depósitos, los bancos suelen necesitar asistencia financiera por parte del Banco Central. Si este último se encuentra en una posición financiera y económica consolidada, la corrida no debería representar un problema mayor, ya que se encontraría en posición para asistir a los bancos que lo necesiten y así brindar seguridad y calmar los ánimos de la gente. Hoy en día, el Banco Central argentino, según sus autoridades y el mismo gobierno, cuenta supuestamente con una cantidad récord de reservas internacionales que están rondando los 46 mil millones de dólares. Le pregunta obligada es: ¿Qué espera la autoridad monetaria para salir a responder agresivamente y anestesiar esta furia por la compra de la divisa norteamericana? Muchos dicen que es nivel de reservas no existe, la duda está. En lugar de eso y como para que cunda el pánico, el gobierno decidió prohibir la compra venta de moneda extranjera, medida que terminó causando el efecto exactamente contrario al que buscaban, el cual era proteger los dólares que quedan en el sistema financiero y evitar una devaluación mayor. Es así como entra en juego el protagonista de la obra, llamado hoy en día “dólar blue” pero comúnmente conocido con otra variante de nombres tales como  “mercado negro”, “mercado paralelo”, “dólar paralelo”, “dólar negro”, etc.   

El mercado simboliza el acuerdo de las partes, y en el mercado del dólar hay vendedores que ofertan a $6 y hay compradores que están dispuestos a pagar ese precio. Por lo tanto, no existe un mercado oficial y uno paralelo, este último es el mercado verdadero ya que es el único en el que se realizan transacciones con un precio determinado por la oferta y la demanda, mientras que casi no existen transacciones al precio de cambio oficial. Esto, es un mero ejemplo de lo que muchas veces han afirmado los economistas hasta el cansancio, que la economía no se maneja por decreto o bien, que el mercado siempre gana. 

Cuando el país crecía, se debía a la capacidad de gestión. Ahora que el país entra en una etapa recesiva ¿la culpa será de la crisis internacional? nada de eso. Nunca hubo capacidad de gestión sino que el gobierno está cayendo preso de sus propios errores, todos esos que cometió desde que comenzó a gobernar y nunca quiso reconocer. 








viernes, 4 de mayo de 2012

Requiem para el libre mercado y el culto al fracaso


A horas de que la Cámara de Diputados de la ¿República? Argentina le de sanción definitiva al proyecto de expropiación de YPF, se puede afirmar con certeza que el libre mercado ha dejado de existir en el país. En estos últimos años ha sido difícil vivir con un Estado asfixiante y pareciera que con el correr del tiempo la cosa se va a ir poniendo cada vez peor, puesto que "el modelo" se agota y la presidente CFK no pareció mentir cuando dijo "vamos por todo". 

La sofocante presión impositiva, el silencioso impuesto inflacionario, la cuasi prohibición a la compra de dólares, la obligación a las empresas extranjeras de liquidar sus divisas en el país, las burocráticas y fuertes trabas a las importaciones y la reciente expropiación de YPF han terminado de configurar un combo que lo único que ha hecho ha sido cercenar la propiedad privada y las libertades individuales. Según estimaciones del instituto oficial de estadísticas (INDEC) en el exterior hay alrededor de 140 mil millones de dólares pertenecientes a argentinos, mientras estimaciones privadas calculan que el monto supera los 300 mil millones de dólares. Ello es una clara muestra del miedo de los ahorristas y la necesidad de proteger sus ahorros de la mano del gobierno argentino. 

El problema es que ya nadie está a salvo. Las confiscaciones más resonantes del país han sido varias, entre ellas se destaca la expropiación de Aerolíneas Argentinas y Austral hecha a mediados de 2008 a una empresa controlada por el grupo español Marsans. Luego fue el turno de las AFJP cuando la monarca Cristina Fernández decidió estatizar los fondos que trabajadores argentinos habían confiado al sistema de capitalización privado. La última, fue la escandalosa expropiación de YPF al grupo español Respol, aduciendo la falta de inversiones y la escasez de combustible como motivos principales. 

Hace casi un siglo que en Argentina priman los delirios, las ideas retrógradas y los fanatismos por sobre el buen criterio. Se sigue insistiendo con recetas que fracasaron una y otra vez en el pasado y se persiste con la demonización de aquellas que llevaron a los países prósperos al éxito. Lo peor del asunto es que todo este culto al fracaso no sólo está promovido desde arriba sino que además cuenta con el visto bueno de la sociedad, ya que el argentino medio de hoy no tiene reparos en pedir fervorosamente el traje a rayas para aquellos empresarios y/o profesionales que tuvieron la osadía de ser existosos. 

La pregunta es: ¿Hasta cuando pensamos seguir fracasando?. Hace más de 50 años venimos haciendo lo mismo y por supuesto obteniendo lo mismos resultados, ¿o piensan que las recetas fracasadas alguna vez funcionarán como por arte de magia?. Es más simple de lo que parece: la cultura del resentimiento, la envidia, la soberbia y la falta de autocrítica nos está sepultando cada vez más profundo.








sábado, 31 de marzo de 2012

Evidencia contundente de un fracaso anunciado

Lo que tanto advirtieron muchos y lo que tanto se negó a ver el gobierno, no falta mucho para que hoy se haga presente. Esto es el ajuste fiscal, producto de un enorme agujero en las cuentas de gobierno que fue causado por un nivel de gasto público insostenible y un proceso inflacionario que ha ido carcomiendo los ingresos fiscales a lo largo de los años. ¿Cuál es la consecuencia directa de este ajuste? un sinceramiento de precios atrasados, en otras palabras, aumentos en las tarifas de los servicios públicos de hasta tres dígitos como consecuencia de la quita de subsidios. Con esto no solo caemos a la realidad con un duro aterrizaje mediante, sino también se hace evidente el fracaso de este mal llamado modelo. 

Al margen del clientelismo político que motivó esta decisión del gobierno de subsidiar el consumo para todo tipo de bienes y servicios, hubieron muchos que creyeron en el noble objetivo de proteger a los más pobres y alzaron su voz no sólo para defender estas medidas con uñas y dientes sino también para descalificar y agraviar a todo aquel que se oponga a las mismas. Se decía que estábamos bien y que las quejas y oposiciones se debían únicamente a la mala costumbre argentina de "quejarse por todo" y ver siempre el vaso "medio vacío". Sin contar además las etiquetas de "vende patria", "golpista", "oligarca", "desestabilizador", "cipayo de los grupos económicos", etc.

Una vez que la mentira se hizo insostenible, el gobierno nacional como de costumbre, nunca asumió responsabilidades y continuó con su discurso proselitista y su habitual traslación de culpas. Ni lerdos ni perezosos, lanzaron un mega spot publicitario invitando a los ciudadanos a concientizarse y renunciar a los subsidios. No fue otra cosa que una hábil maniobra para no asumir el costo político por el impacto social y económico que generaría la quita de asistencialismo estatal. Ahora que la realidad es evidente, los costos son mucho mayores por haber estirado esta situación insostenible durante tanto tiempo.

Los subsidios son el ejemplo de ineficiencia más grande de parte del Estado, puesto que destina infinidad de recursos a solucionar ciertos problemas y no sólo no lo logra, sino que termina agravando lo ya existente. Bajo este sistema, el bienestar de la clase baja dura mientras dure la asistencia, pero mientras no haya un cambio en su situación (como conseguir un trabajo digno) todo seguirá siendo igual (o peor). El resultado de tanta intervención estatal ha sido una galopante inflación y un enorme déficit fiscal, que por supuesto ha perjudicado en mayor medida a los que menos tienen. A todo esto se le han sumado serios desarreglos macroeconómicos como la fuga de capitales, producto de un tipo de cambio atrasado y de los severos riesgos institucionales que existen en el país, como consecuencia de la escasa protección al derecho de propiedad privada. Como si fuera poco, la enorme presión fiscal y la rígida legislación laboral, entre otras cosas, han hecho que el país pierda mucho terreno en la captación de inversiones, lo cual se traduce en un crecimiento más acotado y sobre todo en una gran cantidad de puestos de trabajo que se pierden. 

Los países que salieron del fondo y hoy gozan de grandes niveles de desarrollo como Chile o algunos países europeos como España o Irlanda (pese a la recesión que hoy sufren), siguieron básicamente la misma receta. Esta es, adoptaron políticas de estado a largo plazo, que fueron respetadas por los sucesivos gobiernos independientemente del partido que fueran. Así, lograron desarrollo institucional y estabilidad política primero, para alcanzar la estabilidad económica después. La receta de esto última consistió en cimentar los pilares de la economía, como lo son, el equilibrio fiscal y una moneda fuerte. Fue de esta manera como lograron que el mundo los premiara con grandes niveles de inversiones y hasta con tratados de libre comercio, que fueron sin dudas altamente beneficiosos para sus países. 


La reforma a la Carta Orgánica del Banco Central para cambiar su objetivo de "preservar el valor de la moneda" por el de “[...] promover, en la medida de sus habilidades y dentro del esquema de las políticas establecidas por el gobierno nacional, la estabilidad monetaria, estabilidad financiera, el empleo y el crecimiento económico con equidad social”, resume la desesperación del gobierno porque la caja no cierra.

No hace falta hacer mayores comparaciones ni análisis para saber que hace tiempo estamos equivocando el rumbo, el problema es que acá siempre se inventa la pólvora y terminamos haciendo culto al fracaso. 

La Argentina y sus desastres inflacionarios. Parte III

Breve referencia al Nuevo Régimen Monetario

En el sistema anterior existente a la ley de convertibilidad 23.928, el banco central emitía en forma libre en función de las necesidades del Estado. El tesoro se endeudaba con el banco central y cada año dicha deuda era cancelada (al menos en teoría).

Hacia abril de 1991, el tipo de cambio equivalía a un dólar cada 10.000 (diez mil) australes. En ese entonces se permitió la libre convertibilidad de cada austral a dólares a la cotización establecida, al aprobarse la 23.928. La ley disponía también que el BCRA debía guardar reservas de libre disponibilidad equivalente a no menos del 110% de la base monetaria con el objeto de institucionalizar mediante sanción legislativa el sistema de conversión impuesto. Para reforzar esta relación entre moneda nacional y divisa norteamericana “se llegó a modificar incluso el código civil de la República Argentina autorizando así los contratos en moneda extranjera”. A la par se prohibió la indexación de los contratos para que la inflación pasada no fuera trasladada al futuro, cortando de esta forma la inercia inflacionaria.

Además se dispuso una rebaja de los encajes bancarios en los depósitos en australes y un aumento de los correspondientes en dólar. Finalmente el 1 de enero de 1992 el austral fue reemplazado por el peso convertible a dólar con una paridad de 1 a 1. La convertibilidad fue un sistema con tres partes que actuaban de manera articulada: 1. Tipo de cambio Fijo; 2. Una moneda convertible y 3. Una emisión monetaria dependiente del ingreso de dólares al B.C.R.A.

Acompañando la filosofía de este nuevo programa macroeconómico sustentado en la ley 23.928, es que se sanciona en el año 1992 la nueva ley del BCRA numero 24.144, donde el BCRA valga la redundancia, ya “no iba a emitir más” en forma libre y en atención a las necesidades estatales; sino que la emisión monetaria “únicamente” sería dependiente al ingreso de dólares al banco central. La convertibilidad modificó sustancialmente el funcionamiento del B.C.R.A. Bajo un sistema estándar, el banco central emite moneda de acuerdo a los criterios fijados por el gobierno y de forma independiente. En los sistemas de “caja de conversión”, la oferta monetaria está determinada por el ingreso o salida de dólares de la reserva del banco central. El gobierno impuso la autarquía del banco central. Este enfoque de banco central independiente es producto de la cultura monetarista surgida en los ’70, cuyo fin buscó lograr la subordinación de la economía productiva a la monetaria. El monetarismo, en alguna medida lo bueno que plantea, es la necesidad de contar con un banco central “independiente” a las presiones de los gobiernos de turno y dispuesto a manejar la oferta monetaria solo con criterios anti- inflacionarios estrictos. La independencia del banco central constituye una opción política tras el resultado de la importancia del sector financiero sobre la economía real.

Nuevos retrocesos y años perdidos

El salvajismo económico de 2002 incluyó una serie de medidas confiscatorias que afectaron severamente los ahorros de argentinos que habían confiado en el sistema financiero nacional. Primero vino el corralito, el cual se caracterizo por la imposibilidad que sufrieron los ahorristas para poder retirar sus ahorros en dólares de los bancos. Luego sobrevino una brutal devaluación, seguida en forma inmediata por una pesificación lo cual disparó aún más el tipo de cambio producto de la corrida cambiaria que generaron estos dislates en materia económico.

La estabilidad monetaria en Argentina se perdió para no volver a recuperarse. La devaluación dejó el camino pavimentado para las fiestas de emisionismo monetario y gasto público que hoy vemos. Ayudadas por si fuera poco, por un contexto internacional altamente favorable a las exportaciones de productos primarios y por ende a la recaudación del gobierno, ya que sobre los productos exportados recayeron grandes impuestos como las retenciones del 35% a la venta de soja al extranjero.

Después del fogonazo del 2002 producto de la enorme devaluación, la inflación comenzó a mostrar sus dientes alrededor del 2005. Nuevamente, no se hizo nada por detenerla, se adoptaron las mismas medidas represivas que sólo se limitaron a contener la inflación y no eliminarla, pavimentando el camino a una nueva hiperinflación.

No hay muchas diferencias entre lo que se hizo en tiempos pasados y lo que se hace hoy: emisionismo monetario; subsidios descomunales a los servicios públicos; acuerdos de precios con diversos sectores; mercados cautivos; etc. Se está incubando un monstruo hiperinflacionario que cuando termine de aparecer va a tener severas consecuencias no sólo para la economía sino también para la vida de los argentinos.


Fuente: Fuente: extraído de  GARCIA MORENO, AGUSTIN MATIAS. “EL ROL DEL BANCO CENTRAL EN LOS PROCESOS INFLACIONARIOS Y LA IMPORTANCIA DE SU AUTONOMÍA”. Universidad Católica de Cuyo. 2011. Datos Indec

miércoles, 28 de marzo de 2012

La Argentina y sus desastres inflacionarios. Parte II.

La década del ’80 fue desastrosa. Hacia fines de la misma, estalló la hiperinflación, causando estragos en la vida social y económica de los argentinos. Fue el punto final y el colapso de un proceso de inflación crónica que había comenzado en 1945 y finalizó 45 años después. 

Las devaluaciones de la moneda se hicieron cada vez más frecuentes, como consecuencia de un persistente déficit fiscal, financiado con creciente emisionismo monetario. La aceleración inflacionaria fue el resultado de la creciente desmonetización de la economía, a medida que los agentes trataban de evitar el pago del impuesto inflacionario.


Durante los últimos años de este período, el desborde inflacionario mostró notablemente sus costos económicos y sociales. La economía, cada vez más desorganizada producto de una inflación crónica y creciente, cayó durante los años 80 a un ritmo anual del 1%.

El empleo mantenía su crecimiento de 1,6% anual, pero la productividad media por persona ocupada seguía cayendo al 2,6%. Esto último se debe a que sólo se expandían actividades improductivas, sobre todo en el sector público, y en menor medida en el sector privado, que permanecía protegido de la competencia externa y sus inversiones se volcaban hacia la especulación financiera. El gasto público promedio de la década del 80 fue del 33%, mientras que el déficit fue del 5% del producto bruto interno (Ver tabla 1).

El colapso vino en el año 1989, cuando de diciembre a diciembre la inflación alcanzó casi el 5000%, y en el pico de marzo 1989-marzo 1990, alrededor del 20.000% anual. Por otro lado, el gasto público representó el 35,6% del PBI, las importaciones disminuyeron un 21% y la caída del producto bruto interno superó el 6% (Tabla 1).

En mayo del mismo año, la fórmula del Frente Justicialista Popular compuesta por Carlos Menem – Eduardo Duhalde había triunfado en los comicios presidenciales para suceder a Raúl Alfonsín.
                    
A partir de 1990 y a fines de lograr la estabilidad, el nuevo gobierno llevó a cabo un cambio radical en la organización económica argentina. Este consistió en un replanteo integral que incluyó: a) la apertura generalizada al comercio exterior y al movimiento de capitales; b) la desregulación económica y la privatización de empresas públicas; c) la reducción del aparato burocrático del sistema tributario; y d) la creación de un nuevo régimen monetario.

Como lo muestra el siguiente gráfico, las nuevas medidas tuvieron una gran efectividad en la reducción de la inflación:

                           Figura 4.
Fuente: extraído de  GARCIA MORENO, AGUSTIN MATIAS. “EL ROL DEL BANCO CENTRAL EN LOS PROCESOS INFLACIONARIOS Y LA   IMPORTANCIA DE SU AUTONOMÍA”. Universidad Católica de Cuyo. 2011. Datos Indec

El proceso de desinflación fue continuo y sostenido, llegándose a registrar una tasa anual de inflación de un dígito para los años posteriores a 1993. La tabla 1 ilustra la mejora que tuvieron algunos indicadores macroeconómicos tales como los referidos al empleo; al gasto público y al nivel de actividad económica.

                Tabla 1.
Fuente: extraído de  GARCIA MORENO, AGUSTIN MATIAS. “EL ROL DEL BANCO CENTRAL EN LOS PROCESOS INFLACIONARIOS Y LA   IMPORTANCIA DE SU AUTONOMÍA”. Universidad Católica de Cuyo. 2011. Datos Indec

El gasto público experimentó una enérgica reducción del 35,6% del PBI en 1989 al 29,8% en 1990, para luego continuar reduciéndose en forma gradual hasta el 27% del PBI en 1995. El déficit fiscal tuvo un similar comportamiento al bajar del 7,6% del PBI en 1989 al 2,3% en 1990, y desde 1991 fluctuó alrededor del 0%. 


En 1991 el producto bruto interno se recuperó en forma notable para crecer ininterrumpidamente hasta 1995, cuando la economía entró recesión producto de la salida de capitales provocada por el efecto “tequila” de la crisis mexicana. La recesión duró un año y en el segundo trimestre de 1996 la economía volvió a mostrar signos de recuperación. 

Fuente: Fuente: extraído de  GARCIA MORENO, AGUSTIN MATIAS. “EL ROL DEL BANCO CENTRAL EN LOS PROCESOS INFLACIONARIOS Y LA IMPORTANCIA DE SU AUTONOMÍA”. Universidad Católica de Cuyo. 2011. Datos Indec