viernes, 17 de mayo de 2013

La política pega. La economía se ríe.


Un eterno enfrentamiento que suele observarse en la esfera pública es el que se da entre políticos y economistas. Esto no depende del título porten los protagonistas de la contienda (un funcionario puede ser político y economista al mismo tiempo) sino del criterio que usen para tratar los problemas a resolver. Ejemplo: el criterio político indica que para ganar las elecciones y mantenerse en el poder, se debe mantener al pueblo contento a cualquier costo; mientras que el criterio económico postula que los fundamentos de la economía deben ser sólidos, entre ellos conservar las cuentas fiscales ordenadas, un bajo nivel de inflación y una balanza comercial equilibrada o en lo posible superavitaria. ¿Son estas concepciones contrarias entre sí? No necesariamente, ya que un sensato manejo de la economía puede brindarle a la sociedad un nivel de bienestar y prosperidad sostenibles a través del tiempo y al político una imagen envidiable. Suena sencillo, pero increíblemente no siempre es así.

La esfera política muchas veces entran en conflicto permanente con la economía, sobre todo en aquellos casos de países manejados por incapaces y/o megalómanos sedientos de poder que se consideran a sí mismo como los salvadores de la patria. Cuando los indicadores macroeconómicos comienzan a mostrar resultados poco agradables, es raro ver a estos dioses supremos asumiendo su error y corrigiendo razonablemente las medidas adoptadas. Pronuncian discursos "patriotas", denuncian a los enemigos del país (aunque nunca aclaran quiénes son) y dicen que los intereses particulares no están por encima del bien del pueblo (como si el pueblo fuera una masa con existencia propia y no un conjunto heterogéneo compuesto por millones de individuos) pero la realidad que tanto odian los cachetea consistentemente.

Repiten frecuentemente que el mercado es frío e inescrupuloso, pero ¿quién pone en riesgo la estabilidad económica y financiera del país?: ¿Los que compran moneda extranjera alimentando la fuga de capitales? ¿O los que fuerzan esta última situación producto de ineptitud a la hora de mantener una baja tasa de inflación?; ¿Los que se niegan a pagar impuestos altos? ¿O los que gastan irresponsablemente los recursos tributarios?; ¿Los que necesitan importar bienes necesarios para su vida? ¿O los que prohíben esta práctica porque “alguien” dilapidó o ahuyentó las divisas que estaban en el sistema financiero?.

No se puede mantener un presupuesto equilibrado cuando un inepto llena la administración pública de puestos de trabajo innecesarios a fin de inflar artificial y momentáneamente la tasa de empleo, o cuando cree que va a solucionar todos los problemas del país sometiéndolos al control total del estado. Tampoco es fácil mantener una baja tasa de inflación cuando el banco central se dispone a financiar el gasto público vía emisión monetaria deteriorando el valor de la moneda. Ni hablar de prohibir las transacciones de moneda extranjera y de la aparición de mercados "marginales" porque la autoridad monetaria se quedó sin reservas para manipular el tipo de cambio a su antojo.

A veces no queda claro si estos desvaríos son provocados por ambiciones de poder o de cavernícolas que no saben conciliar inteligentemente sus intereses políticos con el interés de cada uno de los miembros de la sociedad. Lo cierto, es que si el tipo de cambio y la inflación se disparan hay que saber entender que la economía, el mercado o la gente (los tres son lo mismo) están dando su veredicto: la política económica los está perjudicando y por ende el modelo es insostenible. Así que antes de denunciar conspiraciones tal vez sea conveniente revisar algunas acciones, atacando las causas y no las consecuencias, de lo contrario es hora de dar un paso al costado (a menos que las intenciones sean otras).

Tarde o temprano, la dirigencia que está y la que venga debe entender una cosa: la política dirige, dicta y ordena, pero la última palabra siempre la tiene el homo economicus.

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